La fotografía de Juan Rulfo -




El talento de Juan Rulfo no era exclusivamente literario, ese realismo mágico lo exportaba a la fotografía y viceversa. Eso se percibe en su fotografía,  sus  historias congeladas.


La fotografía y la literatura  tienen una relación muy especial,  pues; mientras en la literatura las imágenes mentales pueden tener un parámetro muy divergente de acuerdo a la percepción personal, donde la imaginación y asociación vuelan,  la  imagen es más concreta;  esta ahí, porque la imagen encierra una historia: Para atrás y para adelante. Tienes punto de partida y símbolo visual.


Con la fotografía de Juan Rulfo:  Conoces la historia, te imaginas la fotografía al leérle y él,  te trae la fotografía, te  acerca a su sensibilidad y te hace testigo de él. Te comparte eso que trae dentro de su alma, eso que guarda y quiere manifestar, en una simbiosis de perfección artística inigualable.


Aquí una muestra de algunas fotografías:







¿ Que tal esta fotografía ? todo un misterio y muchas percepciones, tal vez...una tumba en una fría mañana, o tal vez...un pedazo de hielo en un matinal amanecer, o la verdadera: ¨La casa en llamas¨ El humo  satura una puerta en la barda, frente  a la casa humeante.





De el llano en llamas:


-Desde mucho antes de llegar a San Buenaventura nos dimos cuenta de que los ranchos estaban ardiendo. De las trojes de la hacienda se alzaba más alta la llamarada, como si estuviera quemándose un charco de aguarrás. Las chispas volaban y se hacían rosca en la oscuridad del cielo formando grandes nubes alumbradas. Seguimos caminando de frente, encandilados por la luminaria de San Buenaventura, como si algo nos dijera que nuestro trabajo era estar allí, para acabar con lo que quedara.





 De el llano en llamas:


Pero nosotros también les teníamos miedo. Era de verse cómo se nos atoraban los güevos en el pescuezo con solo oír el ruido que hacían sus guarniciones o las pezuñas de sus caballos al golpear las piedras de algún camino, donde estábamos esperando para tenderles una emboscada. Al verlos pasar, casi sentíamos que nos miraban de reojo y como diciendo:

“Ya los venteamos, nomás nos estamos haciendo disimulados."
 
Y así parecía ser, porque de buenas a primeras se echaban sobre suelo, afortinados detrás de sus caballos y nos resistían allí, hasta que otros nos iban cercando poquito a poco, agarrándonos como a gallinas acorraladas. Desde entonces supimos que a ese paso no íbamos a durar mucho, aunque éramos muchos.




De Pedro Páramo:

-Hace calor aquí -dije.
-Sí, y esto no es nada me contestó el otro-. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala.
 
Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija.
 
-¿ Conoce usted a Pedro Páramo? - le pregunté.
Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza.
-¿Quién es? -volví a preguntar.
-Un rencor vivo -me contestó él.
Y dio un pajuelazo contra los burros, sin necesidad, ya que los burros iban mucho más adelante de nosotros, encarrerados por la bajada.






¨En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más adelante, la más remota lejanía.¨





De los ferrocariles en Nonoalco








Estas lineas de ¨Pedro Paramo¨:


-Vine a buscar . . . -y ya iba a decir a quién, cuando me detuve-: vine a buscar a mi padre.
-¿ Y por qué no entra?
Entré. Era una casa con la mitad del techo caída. Las tejas en el suelo. El techo en el suelo. Y en la otro mitad un hombre y una mujer.
 
-¿ No están ustedes muertos? -les pregunté.
 
Y la mujer sonrió. El hombre me miró seriamente.
-Está borracho -dijo el hombre.
-Solamente está asustado -dijo la mujer.
Había un aparato de petróleo. Había una cama de otate, y un equipal en que estaban las ropas de ella. Porque ella estaba en cueros, como Dios la echó al mundo. Y él también.
-Oímos que alguien se quejaba y daba de cabezazos contra nuestra puerta. Y allí estaba usted. ¿Qué es lo que le ha pasado?
-Me han pasado tantas cosas, que mejor quisiera dormir.
-Nosotros ya estábamos dormidos.
-Durmamos, pues.
La madrugada fue apagando mis recuerdos.

 
Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños.
 
-¿Quién será? -preguntaba la mujer.
-Quién sabe -contestaba el hombre.
-¿Cómo vendría a dar aquí?
-Quién sabe.
-Como que le oí decir algo de su padre.
-Yo también le oí decir eso.
-¿No andará perdido? Acuérdate cuando cayeron por aquí aquellos que dijeron andar perdidos. Buscaban un lugar llamado Los Confines y tú les dijiste que no sabías dónde quedaba eso.
-Sí, me acuerdo; pero déjame dormir. Todavía no amanece.
-Falta poco. Si por algo te estoy hablando es para que despiertes. Me encomendaste que te recordara antes del amanecer. Por eso lo hago. ¡ Levántate!
-¿ Y para qué quieres que me levante?
- En ese caso, déjame dormir. ¿No oíste lo que dijo ése cuando llegó? Que lo dejáramos dormir. Fue lo único que dijo.




 

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